Hoy
cumpliendo una cita de trabajo visité un lugar nuevo. Como iba en bicicleta lo primero que hice fue
identificar si había parqueadero. Muy
cerca de la puerta principal había uno con varios sitios ocupados. Noté que el
diseño permitía ubicar también en la
dirección opuesta donde había lugares de sobra. Me dispuse a ponerla allí y al
ver la cara de extrañeza de la señora que estaba realizando el aseo, le
pregunté, se puede, cierto? Ella respondió con un rotundo: “NO, las bicicletas
aquí SIEMPRE se parquean como están las demás”. Como no contaba con mucho
tiempo y estaba en un sitio ajeno, no insistí: “bueno- respondí, mientras me
daba la vuelta para tratar de apeñuscar mi bicicleta entre las otras haciendo mil
maromas para no golpear a las que ya estaban ni impedir su paso, y continué- en todo caso, me parece extraño porque se desaprovechan esos espacios”. En ese momento
salió el portero y al ver mi dificultad, me dijo “y por qué no la parquea en el
lado opuesto?” Miré a la mujer y le sonreí. Ella, me devolvió una sonrisa tímida
y dijo “es que yo siempre las había visto así”. Agradecí y entré al edificio.
Esta
pequeña anécdota ilustra lo que muchas veces nos sucede con la vida, sus
acontecimientos y contingencias. Por una parte, la razón, la capacidad de
observación, el sentido común y hasta la intuición, nos dice cuál es el camino adecuado, qué debe
hacerse y qué no, qué es lo más práctico y cuándo las cosas están perdiendo
funcionalidad y sentido. Sin embargo, cuando se le da mayor relevancia a la voz
“afuera”, nos perdemos en complicaciones inútiles y mucho más cuando las voces
que se oyen no saben de lo que hablan, y mucho más cuando ya no son voces sino
gritos multitudinarios cada cual fervoroso de su propia creencia donde incluso
caben aquellas que predicen el fin del mundo.
Aunque
había querido mantenerme al margen del tema de moda, en un trabajo que estoy adelantando con niños,
me di cuenta de lo mucho que ha calado el miedo que no se entiende pero se
hace visible en sus expresiones. De tal modo que después de un largo periodo
sin publicar, y gracias también a este evento mañanero aparentemente sin importancia,
vuelvo al ruedo pues lo encuentro pertinente para ilustrar, en parte, lo que
siento está pasando con el renombrado coronavirus y su impacto en todas las esferas
que tienen relación con lo humano.
Empiezo
aclarando de antemano que no soy microbióloga ni nada por el estilo y que lo
que voy a exponer lo hago en uso de mis propias capacidades no distintas de las de
cualquier otro ser humano y que mi intención es compartir mis observaciones basadas
en los hechos.
Se
han presentado declaraciones para que las personas cumplan un protocolo de higiene
y se “aplace” la propagación del virus y
celebro que la ciudad esté tomando medidas tempranas. Son anuncios del todo
valederos que casi serían de sentido común. No obstante, he observado que
algunas personas siguen manteniendo hábitos desatentos como estornudar sin
taparse la boca, o toser tapándose la boca con la mano, con la cual después se
agarran de las barandillas en el transmilenio, con la que cogen la mesa y la taza en la que toman café y sostienen los
libros de uso público en la biblioteca, etc. Parece incontrolable.
Para
empezar quisiera precisar que el coronavirus no es la epidemia más agobiante
que afronta el mundo. De tantas mencionaré una. Según la ONU “cada día mueren 8.500 niños de desnutrición y según estimaciones de Unicef, el
Banco Mundial, la OMS se calcula que 6.3
millones de niños menores de 15 años murieron en 2017 por causas en su
mayoría prevenibles. Esto supone la muerte de un niño cada 5 segundos”[1].
De tal modo, que hay epidemias que hace muchos años están dejando más muertos
sin que los gobiernos e incluso nosotros mismos, nos apercibamos.
Ahora
bien, no deseo restar importancia a la propagación de este virus sino que se
dimensione en su justa medida para que el miedo no avasalle como siento está
sucediendo. Es una invitación respetuosa a que cada uno use sus facultades y
capacidades para asumir la responsabilidad que le corresponde y diré que la más
importante de todas y de la que no hablan los noticieros es la de PENSAR BIEN. Para explicar esto menciono tres aspectos relevantes:
- Asumir la responsabilidad individual: Partir no del ideal sino del hecho que no todos cuidan sus hábitos. Como no se puede controlar lo que los otros deciden hacer o no, en este contexto, se debe prever lo que uno sí puede hacer y decidir hacerlo con la conciencia de autocuidado y respeto. En otras palabras, la motivación ha de ser el amor y no el miedo.
- Cuidar la información que aceptamos como cierta: Se podría decir que navegamos en un océano de información cuyas fuentes no son siempre verificables ni veraces. Por lo tanto es necesario no dar por sentado lo que oímos o vemos por diferentes medios. Preguntarse por la procedencia, la pertinencia y la calidad de la información y sobre todo asegurarse que no sea información incompleta ni amañada. Esto es fundamental y lo explico con un ejemplo:
Información imprecisa:
El
coronavirus ha dejado en menos de tres meses más de 4.000 muertos y sigue su
expansión.
Información objetiva:
El coronavirus puede causar la
muerte, pero no es fatal.
Está última afirmación está basada en los hechos. Ha habido personas muertas a causa del
virus, innegable, pero también es irrefutable que hay muchos otros que se han
recuperado satisfactoriamente. Es más, escuché de un caso (no veo muchas noticias), podría ser que si se hace un
seguimiento de este hecho se encuentren más casos, en que alguien con el virus compartió con su
círculo cercano y ninguno resultó afectado. La pregunta es: por qué entonces se
hace tanto énfasis en las muertes y no en los casos de reestablecimiento de la salud o de
NO contagio? (Obviamente no es casual). El asunto es que cada uno está frente a
una elección: o se enfoca en las muertes y la imparable expansión del virus o en la
capacidad de recuperación y/o no contagio.
Los resultados de una u otra elección por supuesto son diferentes, sobre todo a nivel emocional y psicológico.
- Mantener sano y fortalecido el sistema inmunitario: Para ello, lo primero es pensar bien. Es decir, no permitir que el miedo cunda la mente con información atemorizadora. Ya es bien sabido, incluso en el mundo científico, que el miedo baja las defensas del cuerpo y de esta manera queda más susceptible a enfermarse. Dos, mejorar los hábitos. Realizar ejercicio físico, tomar el sol, beber agua pura e infusiones de tomillo, toronjil, aguadepanela con limón, jengibre y comer alimentos vitalizantes, frutas y verduras. Tres, higiene. Sobre esto ya se ha dicho mucho.
Todas
las medidas que se proponen desde lo institucional son valiosas pero lo que
no tiene precio y resulta el
fundamento de todo en la vida,
está en nuestro mundo interno que finalmente es el que condiciona lo que
pensamos, decimos, hacemos y experimentamos. Podemos usar esta ocasión para hacernos fuertes, no en el miedo sino en el amor, y conectarnos más profundamente con la sabiduría que nos habita y la vida, que si llegará el tiempo de partir por este virus o cualquier otra situación, nos despediremos agradecidos y satisfechos de haber amado incluso en circunstancias tan inciertas.
Por: Lucero Bonilla G.
Copio comentario de mi muy querido amigo Viktor: "Es hora de cambiar el chip. Esta epidemia lejos de ser una fatalidad es una oportunidad para dar el paso al lado. Dejar morir este sistema agonizante y fortalecer esos brotes que germinan por todos lados con propuestas alternativas, con encuentros solidarios, con preceptos de higiene mental y corporal, con decisiones colectivas. DEJAR DE CUIDARNOS LOS UNOS DE LOS OTROS PARA CUIDARNOS LOS UNOS A LOS OTROS. Dejar fallecer ese consumismo ciego, ese oportunismo idiotizante, esa competencia ilusa y predadora, esas ambiciones vanas y banales y concentrarnos en lo importante en lo humano humanista, en lo humano naturalista, en lo simple y bello que nos queda y nos pide protección y cuidado. Gracias por este texto que pone palabras al sentimiento que me empujo a la calle esta mañana y me abriga esta noche."
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