Hemos considerado muchas veces que la paz es la ausencia de guerra, lo cual en la jerga academicista se conoce como paz negativa. Una paz que resulta en algunas aristas peligrosa, dado que su finalidad es evitar el conflicto y/o la violencia directa, y que en miras de perseguir este objetivo, puede llegar a aceptar de manera soterrada otras formas de agresión y de menoscabo de la dignidad.
La paz positiva, por otro lado, es una paz que persigue la transformación de la sociedad en una menos violenta y más justa. Esta postura supone una mirada de nuestra identidad en un mundo relacional, aceptando lo que compartimos como parte de una misma especie, así como la divergencia y el conflicto, entendiendo estos como elementos necesarios para concertar acuerdos que vayan más allá del individualismo a acuerdos encaminados al bienestar común.
Ambas ideas de paz suponen dos finalidades o estados deseados y por lo mismo un proceso. Alcanzar tales estados, sea la ausencia de violencia directa y/o violencia estructural, particularmente en países como el nuestro, aún supondrá mayores esfuerzos, uno de ellos, tal vez uno primordial, es resignificar esa palabra.
Uno podría preguntarse a modo personal, ¿qué es la paz? ¿es la paz ausencia de conflictos o es más bien la aceptación de los mismos como punto de partida para re-crear mejores condiciones, posturas y salidas? ¿es la paz sinónimo de pasividad o por el contrario, nos exige actitudes y acciones determinadas?
Como proceso la paz es posible. Colombia, los colombianos hablamos de estar en un proceso de paz, pero ¿qué finalidad tiene la paz que nos anima?